Ética y medios de comunicación
El Imperio del entertainment
Por Lucio Latorre (lucioteina@yahoo.es)
Cada vez que la moral o la ética son tema
de debate, la influencia que los medios masivos de comunicación ejercen en esos
ámbitos aparece a menudo en tela de juicio. La notable preponderancia que los
mass media, en especial la TV, tienen en las sociedades modernas, ha valido
como motivo suficiente para que incluso desde los sectores más dispares se
coincidiera en señalar a los medios como el principal causante del problema en
cuestión.
Pero ¿hasta qué punto los medios faltan a
la moral pública y a la ética?, ¿y cuáles serían las soluciones en esas
situaciones?
Estas cuestiones no se pueden responder de
manera simple, sino que requieren un análisis y una explicación más amplios.
Los medios de comunicación masiva son, antes que nada, empresas y, como tales, tienen
en la información su principal producto de comercialización. Por lo tanto, sus
características, con pecados y virtudes incluidos, no pueden entenderse fuera
de la lógica empresarial de mercado.
El principal objetivo de los media (aunque
no el único de importancia) es vender y generar ganancias; y cuanta más, mejor.
Pero es esta intención, totalmente natural y legítima, la causante también de
grandes desviaciones conceptuales, morales y éticas.
En una época en la que hacer dinero de
forma rápida y fácil parece ser la máxima que obsesiona a la mayoría (no por
nada es en esta época cuando la especulación y el poder financiero han
alcanzado mayor auge y legitimidad), los medios no escapan a esta realidad. El
caso más paradigmático es, claro, el de la televisión, un medio que alguna vez
supo tener como funciones el informar, formar y entretener; a nadie escapa que
en los últimos años la de entretener (se podría decir que a toda costa) ha
relegado a las otras dos.
Esto se advierte con claridad en los informativos
televisivos, cada vez más orientados a la crónica rosa, las noticias curiosas,
la publicidad encubierta y la manipulación en la información de verdad
relevante para la vida de los ciudadanos.
Como explica Enrique Bustamante,
catedrático de Comunicación de la Universidad Autónoma de Madrid, «nuestros
telediarios se han convertido en efecto en programas contenedores en donde todo
cabe (...), desde reportajes sobre la alta cocina española hasta noticias sobre
los nuevos hoteles de lujo para cerdos»1. También sostiene que la acumulación
de noticias policiales junto a la más frecuente aparición de historias
referidas a los personajes del corazón «enlazan al Telediario con los géneros
dominantes en la programación televisiva actual, en un punto de fusión entre la
crónica negra, la rosa y los reality».
A esto hay que sumarle el agravante de que
este imperio del entertainment, al extenderse en mayor o menor grado sobre
todas las prácticas televisivas, lo hace también sobre la radio y la prensa,
medios que hace años decidieron entregarse a los dictados de la TV. Claro que
hay excepciones, tanto en la TV como en radios y diarios, pero la tendencia
parece irrefrenable.
La TV es hoy más que nunca un pastiche
donde lo estelar (por espacio dedicado y por audiencias) está encarnado por
reality shows, talk shows, programas dedicados a la crónica rosa y a la
policial, y los deportes. Entre medio, algunos espacios quedan para los
programas cuya tarea es la de informar. Eso sí, siempre y cuando lo hagan sin
perder el espíritu del entertainment. Si bien todavía no se da en igual medida,
tanto la prensa como la radio se van metamorfoseando según este modelo.
A los medios, además, se los acusa de
mentir, manipular, terjgiversar y ejercer la condena pública, y todo sin el
menor reproche de conciencia; es decir, sin respetar criterios éticos de la
profesión. Estas faltas de ética afectan a la credibilidad de los medios y de
los periodistas y generan rechazos, tal como quedó demostrado en España, donde
el grito de «¡Televisión, dimisión!» era entonado durante las protestas contra
la guerra en Irak, al pasar los manifestantes delante de las cámaras de los
telediarios.
El
cuarto poder
El periodismo, los medios en general, han
alcanzado tal dimensión que nadie duda de la influencia que tienen en la
sociedad. De hecho hasta se lo conoce como el cuarto poder. Y es en este
incremento del poder de los medios donde surgen los reclamos éticos. «Cuando el
poder se incrementa, el interrogante sobre los justos límites de ese poder se vuelve
inevitable», explica el intelectual francés Gilles Lipovetsky2, para quien «las
razones de la recuperación ética no hay que buscarlas tanto en una así llamada
degradación de la calidad de la información como en el aumento del poder de los
media como nueva fuerza organizadora de la realidad social».
Este aumento del poder de los medios,
exacerbado en las últimas dos décadas, no puede entenderse si no se lo lee
dentro de la lógica del neoliberalismo imperante. Desde las caídas de la Unión
Soviética y del muro de Berlín, y con ello de cualquier tipo de contrapeso, el
neoliberalismo se extendió de manera imparable. Con el falaz pretexto de el Fin
de la historia, los promotores -y a la postre grandes beneficiarios- del
neoliberalismo a ultranza no encontraron mayores impedimentos para que sus
recetas se fueran aplicando a lo largo y ancho del mundo.
Multimedios
y pluralidad
Así, en tan solo una década, el mapa de los
medios ha ido cambiando notablemente a medida que los países creían ciegamente
en lo que el pensamiento único proponía y se entregaban sin más al
neoliberalismo puro y duro. La creación de gigantescos multimedios, mediante la
fusión entre medios y la absorción de otros menores, provocó una concentración
nunca antes vista en todos los sectores de la comunicación. Esta corriente de
concentraciones llevó en poco tiempo al surgimiento de oligopolios manejados
por unas pocas firmas, a menudo pertenecientes a megaempresas con fuertes
intereses en sectores económicos, financieros y políticos.
Lógicamente, esta situación provocó un
considerable estrechamiento de la pluralidad mediática, a la vez que las
alternativas a los pulpos mediáticos y a los numerosos medios que les
pertenecen se vieron más reducidas y acorraladas en su intención de hacerse
oír. Tomemos si no el caso de Estados Unidos, donde desde la década de los 80
la concentración de los medios ha aumentado de forma vertiginosa, tanto que en
2003 diez grandes empresas dominan el sector3. «La mayoría de las grandes
emisoras de radio, canales de televisión, diarios y revistas ya están en manos
de un puñado de empresas», explica Eric Klinenberg, profesor de la Universidad
de Nueva York, al tiempo que se pregunta «¿Por qué asombrarse entonces ante el
parecido de las radios estadounidenses, los mismos programas, los mismos
formatos?». Y señala cómo el proceso de concentración llevó a crear «un paisaje
mediático donde los temas consagrados al mundo de los negocios, el
entretenimiento y los artículos superficiales van en detrimento de
investigaciones y productos serios».
Klinenberg advierte que «la actual ola de
concentraciones, al mismo tiempo que empobrece la vida cultural de la nación,
amenaza con cubrir la variedad de opiniones e ideas que se observan en la
sociedad, con la voz reaccionaria de los conglomerados».
Similares situaciones se repiten en
numerosos países donde los grandes multimedios no hacen más que expandirse y
con ello incrementan su poder. Y es justamente el crecimiento de ese poder, tal
como indica Lipovetsky, lo que lleva a poner en duda la ética de los medios.
Así, los cuestionamientos éticos están a la orden del día: desde los que ven
con malos ojos la capacidad de los media de modificar la vida económica,
política, moral y cultural, hasta las quejas por el recorte en la multiplicidad
de voces y la tendencia a la uniformidad del discurso, pasando por las críticas
específicas a la manera de hacer periodismo y a las condiciones laborales de
los trabajadores.
Todos estos aspectos cuestionan los valores
éticos que rigen hoy a los medios. Y no puede decirse que todos estos
señalamientos hayan caído en saco roto. Muy por el contrario, el malestar
generado en diversos ámbitos ha provocado una variedad de reacciones: se han
dedicado libros, ensayos y artículos analizando la realidad de los medios y
reclamando una vuelta a la ética.
Los libros de estilo, los manuales de ética
y otros códigos del cómo proceder y ejercer en los medios son signos de una
saludable actividad deontológica, pero tan solo con ello no alcanza. Como bien
indica Klinenberg, «la mayoría de los medios de comunicación están dirigidos
actualmente por empresarios formados en las business schools (...). Cuando la
información se convierte en mercancía, la distinción entre las diferentes
producciones periodísticas (información, entretenimiento, info-entretenimiento)
pierde sentido y con ella la especificidad del trabajo de investigación». Por
eso, si la lógica empresarial con la que se maneja buena parte de los medios
masivos continúa ejerciéndose de manera estricta y sin dejar lugar para atender
a criterios éticos y periodísticos, difícilmente puedan esperarse cambios
sustanciales.
1Enrique
Bustamante, La Televisión, en tiempos de guerra, Le Monde Diplomatique, Edición
española, Abril 2003.
2Gilles
Lipovetsky, El crepúsculo del deber, Anagrama, 1994.
3Eric
Klinenberg, Ola de concentraciones en los medios de comunicación
estadounidenses, Le Monde Diplomatique, Edición española, Abril 2003.
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