Escribir para los lectores, nuevo periodismo

Por Matías Vallés.

Con notable sigilo, se ha infiltrado en la actualidad un lenguaje periodístico desconocido hasta la fecha, más revolucionario que el nuevo periodismo de Tom Wolfe. Gracias a la interacción continua entre los autores y los degustadores o víctimas de un texto, característica de Internet y sus adherencias, los profesionales de la información han dejado de escribir para los protagonistas de su ingente producción.

Ahora son juzgados y diseccionados en vivo por sus lectores, que gozan de la oportunidad sin precedentes de jalear o denigrar cada párrafo que llega a su ordenador. Los periodistas han encajado con el vértigo consiguiente este cambio de estrella polar. Hasta ahora, habían tratado al lector con el desprecio implícito que la sociedad de mercado reserva al consumidor. Pagar y callar. Escribir para los lectores se consideraba una obviedad, tan falsa como todas ellas.

Nadie compondría la loa un billón a Obama pensando en la repercusión de su prosa laudatoria sobre Walter Sturcheon, anónimo ciudadano nacido y residente en Catoosa (Oklahoma).

El periodista de raza ambicionaba que el propio senador por Illinois y futuro presidente reparara en su texto pluscuamperfecto, para apreciar sus consejos o prevenciones -levísimas, tratándose del último muñeco global-.

¿Y en el caso del agradecimiento remunerador de un lector entusiasta? Insuficiente, con franqueza. Palidece al compararlo con el tarjetón manuscrito o el SMS del político de turno, donde radicaba la auténtica gloria. Hasta que los lectores tomaron las riendas. Ahora dirigen la función.

Los periodistas han descubierto a la audiencia a través de sus comentarios. Ni siquiera un sabueso de la redacción, con la piel curtida en mil batallas, es inmune al sinfín de mecanismos de aceptación o reprobación diseminados por la Red.

La batería de comentarios a sus artículos le merece mayor crédito que la opinión de sus superiores o de los políticos -por englobar en una palabra a todos los protagonistas del mundo del espectáculo informativo- que antes le fascinaban.

La estupefacción se ha adueñado con un énfasis singular del gremio de la crítica. Por primera vez, los gurús inalterables del espectáculo y sus variantes -empezando por la política- reciben dardos más virulentos de los que serían capaces de enhebrar en sus textos.

Si atacan a mitos con una feligresía suficiente, serán asaeteados con saña vengativa. La verificación empírica sería lanzar a la Red de redes un texto denigratorio de Angelina Jolie y Brad Pitt, la pareja más cursi del Universo, y atenerse a las consecuencias. Después de escribir sólo subsidiariamente para la audiencia que les garantizaba su afiliación a un MSM o mainstream media -medios tradicionales de comunicación de masas-, los periodistas se sienten huérfanos en un entorno hostil. ¿Cómo enfrentarse a este monstruo creado por Internet, el lector con opinión propia?

Colateralmente, cabe imaginar el alivio de los obamas de las distintas categorías, porque no siempre disponían del tiempo suficiente para paladear los artículos a ellos destinados. Y menos en los tiempos que corren, con los políticos enfrascados en una durísima competición por fotografiarse el mayor número de veces junto a Angelina Jolie. O en compañía de otros políticos, si la actriz ha comprometido su agenda.

Quedan en cualquier caso relevados de la lectura, y sólo recibirán el influjo del texto a través del impacto en sus e-lectores y futuros electores.

El mentidero global de Internet somete a escrutinio a los líderes de opinión. A medio plazo -y los plazos electrónicos se aceleran sin cesar-, ese gigantesco patio de vecindad redundará en el exterminio de las voces privilegiadas, lo cual supondrá una bendición en la mayoría de ocasiones.

El nuevo periodismo intenta reconquistar a los lectores mientras se democratizan las antiutopías de Orwell. Cada consumidor crea la información que consume, celoso de su autonomía.

En el jeroglífico resultante, el periodista deberá renovar sus votos de escepticismo. Recordará que no está obligado a saber, sino a entender, en cuanto garante de la comprensión colectiva. A modo de consuelo, el nuevo periodismo también ha pillado desprevenidos a los lectores.

Postergados durante años, no todos estaban preparados para ser interpelados y seducidos directamente. Sin embargo, pueden extraer apreciables réditos intelectuales de periodistas que vuelven a escribir de Obama, en lugar de escribir a Obama.

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